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Sibelius: Sinfonía No.5

en mi bemol mayor, op. 82

“Hoy he visto 16 cisnes volando. Una de las más grandes experiencias
de mi vida. ¡Dios mío, qué belleza!”
Diario de Jean Sibelius, 21 de abril de 1915.

Esta cita se menciona en muchas de las reseñas que preceden a cada
interpretación de la Quinta Sinfonía de Sibelius, quizás porque resume
muy claramente el espíritu de la obra. Sibelius venía de recuperarse
de una complicada operación a la garganta y de componer la oscura,
dramática, “quasi atonal” Cuarta Sinfonía (1910-11) que no fue tan
bien recibida en su estreno por ser “muy complicada de entender”.
Esto, sumado a los continuos debates de la época sobre qué rumbo
debería tomar la Música (luego del estreno de La Consagración de la
Primavera de Stravinsky en 1913 y otras obras que se alejaban cada vez
más de la tonalidad), llevó a Sibelius a meditar profundamente sobre
cuál debería ser su siguiente paso, y cómo darlo.

Fue entonces que Sibelius decidió volver nuevamente a sus raíces, y
éstas yacían en la naturaleza. Finlandia es un país de enormes llanos,
abundante vegetación, incontables lagos, y en su tierra encontró toda
la inspiración que necesitaba. Asimismo, puso todos sus pensamientos y emociones al servicio de esta composición que, indudablemente, significó algo muy importante para él (“es como si Dios me hubiera tirado partes del mosaico que adorna el piso del cielo y me hubiera pedido que lo arme”). Quedó claro para Sibelius que su camino no era la atonalidad ni el serialismo, y quizás por ello la Quinta Sinfonía no sea muy aventurada en términos de armonía, pero en cuestión de
estructura y forma todavía enciende debates entre los estudiosos.

La primera versión de esta sinfonía se estrenó en 1915, la segunda al año siguiente y la versión final en 1919. Esta última versión es la que escucharemos hoy. Desde el inicio se expone la idea principal, que es la naturaleza y su influencia en el pensamiento y obra del compositor. Sibelius evoca su entorno y lo diluye con su vasto talento creador. El final explosivo e irrefrenable del primer movimiento contrasta con la calma del principio de la sinfonía y del segundo movimiento; en este último, además de su belleza y espíritu tranquilo, el análisis formal descubre una complejidad disfrazada de sencillez, sobre todo al momento de determinar dónde empiezan o terminan los temas.

Para el tercer movimiento, se vuelve a la atmósfera electrizante que parece llevarnos inevitablemente a un momento impetuoso, pero en vez de ello se nos conduce hacia el sublime y hoy famoso tema del cisne interpretado por los cornos franceses. Luego de seguir desarrollando el material musical, el tema del cisne vuelve para poco a pocotransitar por paisajes más dramáticos, oscuros y finalmente explotar en un triunfo de luz y majestuosidad.

David Claudio
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